martes, 15 de junio de 2010

Primavera olvidada.


El tiempo decidió jugar en su contra. El reloj, chivato y culpable de su tristeza, parecía ralentizarse por momentos, y el sol apenas visible tras la congregación de nubes se había fijado a una posición equivocada en el cielo. Al igual que el tiempo se negaba a recorrer el camino fijado.
Su cuerpo, frío e insensible, parecía estar tallado en piedra inerte. Sus manos, que siempre andaban ocupadas con algo, ahora eran témpanos de hielo, níveas como el algodón, suaves como la espuma, pero muertas como la roca.
La sonrisa que siempre solía brillar en su cara ahora se había consumido como la madera seca tras ser devorada por el fuego, y se había sustituido por una expresión neutra, vana, sin sentido. Sus labios no se curvaban en finas líneas para dejar entrever sus dientes blancos, perfectos y ordenados. Los bonitos rasgos de su fina cara no eran apreciables, ya que sin su alegría habitual sus expresión se convertía en nada.
Faltaba algo. En sus ojos negros como la noche, profundos como la oscuridad del bosque ya no brillaba esa chispa que siempre había tenido. Parecía que alguien la hubiera apagado, dejando tras de sí una frío y tenebroso vacío que infundía temor, soledad.
¿Qué había pasado?
Ya no estaba. El motivo de su felicidad se había evaporado y por ello la más bella rosa del jardín prohibido se estaba consumiendo, se estaba marchitando. Los pétalos empezaron a caer el mismo día de su partida, y ahora, días más tarde, la primavera se ha ido definitivamente para dejar paso a un otoño seco, frío, solitario. El silencio vuelven a reinar en este paraíso vacío. La soledad vuelve a imperar tras un periodo de exilio. Las malas hiervas de nuevo pueblan un territorio privado, y nadie está ahí para quitarlas...

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