jueves, 23 de diciembre de 2010

Palabras


Van rajando a su paso, hieren con cada roce y hacen sangrar heridas cerradas, obligándolas a supurar recuerdos amargos hace tiempo olvidados. Brotan a través de las llagas frescas, en carne viva como ácido, corrompiendo la red de seguridad tejida con agujas de hechos. Esos recuerdos, amargos como la hiel, hirientes como la mismísima lanza de Longinus, pululan a sus anchas por cada rincón de la mente, dejando un rastro de tristeza a su paso.
¿Y qué puede tener tal poder sobre una mente madura, fuerte y consolidada? No hace falta nada fuera de lo común. Simplemente las palabras. Ésas que desgarran con sólo ser pronunciadas, que rompen todos tus esquemas con sólo ser oídas, que arrancan la sonrisa de tu cara sin tener siquiera ese fin.
Dicen que la palabra es la vía a la civilización, y que fue la vía de la evolución, pero hay veces que una frase silenciada hiere menos que una palabra hablada.

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