Debajo
de un montón de folios, los recuerdos decidieron aflorar como si los hubieran
mandado a propósito. Una foto fue lo primero que surgió. Durante mucho tiempo
había estado dedicada a adornar, pero por x
motivos pasó a guardar polvo en algún estante. Lo segundo que surgió fue
una carta. Una carta llena de letras, palabras, frases. Una carta que, en su
día, significó un antes y un después en una amistad, que marcó un
acontecimiento histórico digno de publicar en el gadget “hechos históricos” de google. Pero la cosa no acabó aquí, tras la carta
llegó otro trozo de papel escrito. Una receta. Quizás menos memorable, pero
igual de simbólico. No creo que esa receta la vaya a llevar a cabo pero, oigan,
ahí está.
Tres
trozos de papel impregnados de tinta. Papel fotográfico impregnado de tinta de
color; un folio blanco impoluto salpicado de tinta azul; y un trozo de folio reciclado
garabateado en negro. Tres trozos de papel que fueron mucho, fueron todo. Y
ahora no son más que recuerdos vacíos de tres destinatarios distintos.
¿Hasta
dónde puede llegar el ser humano a mentir? Sin duda, la carta gana de goleada;
seguida de la foto, muy de cerca de la receta. A mí me sorprende... Lo que ya
no sé es si me sorprende para bien o
para mal...
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