martes, 23 de agosto de 2011

Mein

http://www.youtube.com/watch?v=aHJF-URV-Ro
Sólo quiero el dulce sabor de una frase pronunciada a tiempo.
Sólo quiero la bonita sensación de una palabra adecuada o el simple cosquilleo de un roce apropiado.
Sólo quiero que tus labios encuentre descanso en la comisura de los míos, y allí dejarlos dormir plácidamente hasta que sea irremediable separarlos. Pero entonces... mi piel buscará otro modo de sentir tu fuerza, y mi mano palpará a ciegas, sin necesidad de una orden, e intenterá acariciar cada centímetro de tu piel.
Brillos que hablan, células que me chillan, pestañas que sienten, y paredes mudas que escuchan y ven todo y nada. Hielo fundido, fuego incandescente, electricidad, chispas, herramientas, herramientas y más herramientas... Y al final ambos nos damos cuenta de que la mejor reparación es la que no necesita de nada, la que surge sin más, sin pedirlo. Y que a ambos nos encanta.
Porque todo es mejor si sabes cómo usar el material apropiado. aunque el momento sea tardío.


Nada ni nadie podrá con ciminentos forjados con hormigón armado. 
¡Tye-méla!

martes, 16 de agosto de 2011

Acero de mentira.

Y de repente nada es lo mismo.
Palabras, nada más que palabras hicieron aflorar el dolor. La ignorancia había creado un estado de felicidad permanente que sólo se disipaba con la presencia del conocimiento. Y esa noche, estaba conociendo muchas cosas.
Un secreto que debería haber permanecido oculto, un sentimiento que nunca debería haber nacido, y un dolor que era innecesario. ¿De verdad quería seguir viviendo en la ignorancia? No, algo contestó que no sin permiso. Por eso, al día siguiente la valentía habló primero, la desconfianza después, y todo se mezcló con más y más dolor.
El dolor de la traición iba haciendo un surco a su paso, abriendo nuevas heridas que no esperaban ser abiertas. Para más deleite del espectador, además de abrir nuevos senderos, iba acabando con todos los ya cerrados que encontraba a su paso. Y cruzó el más doloroso, y quizás más reciente: la desconfianza.
Una raja, profunda y supurante de odio, se hallaba en proceso de curación. Hacía muy poco que el último agresor había cortado un nuevo tramo, y poco a poco luchaba por cerrarse. Las grapas y puntos de sutura se habían ido colocando a lo largo de los días, y en apenas en 20 minutos, todos habían saltado por los aires, dejando reabierta la puñalada pasada.
Pasó por otras viejas heridas: el dolor de perder al ser querido, el dolor de perder al ser amado, y sobre todo el dolor de perder a lo que tanto importó en su día.
Pero, de pronto, todo volvió a cambiar. Un ungüento, cuyo ingrediente principal era la venganza, comenzaba a extenderse por el pecho sangrante.
Aun así... dolía como nunca: ver como cuchillos pacíficos se alzaban en armas dolía más que cualquier vieja herida. Y es que no hay nada más doloroso que sentir el acero de la mentira rasgando la piel, la carne, el músculo y casi el hueso. Y si el puñal lo empuña el sol de tus días, el aire de tu atmósfera, ¿qué otra cosa podría dañar más?
Pero de nuevo aparece el valor. Va y viene como la adrenalina sube y baja por el cuerpo en una montaña rusa, pero esta vez se encontraba en lo más alto de la más alta cuesta, y dispuesto a lanzarse sin barra protectora.
Un perdón a tiempo, un ungüento sanador, siempre ayuda si es aplicado como es debido. Las heridas quedaron embalsamadas como un cadáver en descomposición. De momento nada las haría sangrar. Así, era el momento de decidir.
Un torrente de planes sobrevoló la confusión de una mente aún dolorida, y tomó la que más consideró correcta.

Ahora, más recuperada, más consciente y algo desconfiada, dicha mente actuará sin tener en cuenta las consecuencias. La Anarquía prima en ella, y las normas se han evaporado por un tiempo. Sólo el corazón dictará ahora la sentencia justa, y sólo él hablará después de mucho tiempo silenciado.

"Tu corazón es libre... Ten el valor de hacerle caso." (William Wallace)

viernes, 12 de agosto de 2011

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La agresividad en mí no suele aflorar con normalidad, a no ser que tenga motivos para ello. Últimamente la flor se está abriendo demasiado rápido y con demasiada frecuencia.
¿Los motivos? La frustración de sentir cómo todo el esfuerzo que has mostrado a lo largo de muchos años queda relegado a nada. La indignación de ver como gente interesada te quita una posición que te has ganado con sudor y esfuerzo. La rabia de tener que quedarte en un segundo plano mientras que otrxs ocupan tu primer plano a base de pisotearte.
¿Quién te crees que eres? Un maldito puesto no te da el derecho de echar por tierra a las personas. Y mucho menos cuando hace mucho, mucho tiempo que ya ni ese puesto es tuyo.
Dejad de acaparar puestos que seos fueron destituidos hace mucho tiempo. Ya no mandas. Ahora hay alguien por encima de ti. Si eso es superior a tus aires de superioridad, mala suerte, ya viviste tu momento de gloria.
Pero esto no quedará así. Está injusticia no quedará impune. Ya llegará el día en el que haga falta, y entonces diré "No, es que ese día estoy ocupada".

martes, 9 de agosto de 2011

Retornar.

Es tarde y su cuerpo pide un descanso... El fin de semana ha sido largo y las emociones fuertes: viaje, alegría, nadar, calor, instalarse, sentir, organizar, mareo, sudor, besos, disputas, ganas de mil cosas, frustración, canciones, decepción, orgullo, risas, llanto, playa, hacer castillos de arena... Y todo en apenas 36 horas. Pero nada de eso importa ahora... Él ya no está con ella.
Llega la noche y la soledad retorna junto a dulces recuerdos de la noche pasada... El calor era insoportable, pero no le importaba, pues lo tenía junto a ella. Un simple abrazo servía para que su corazón sintiera que se iba a salir de su cuerpo, pues había añorado aquel momento como si nunca fuera a llegar. Ahora, había llegado y tenía que disfrutarlo. No le importaba el calor, no le importaba la gente, sólo le importaba él. Él colocó el brazo justo en la curvatura de su cuello, y ella acomodó su cabeza sobre su pecho desnudo. 
Al cabo de un rato, ambos se habían fundido en un abrazo, y la cara de él reposaba sobre el pelo de ella... Podían oír sus corazones, y cada latido que ella escuchaba era un regalo que guardaría en su memoria para siempre. Sabía que ese momento acabaría, sabía que aquello no duraría siempre, y que la esperaba una cama fría, desierta, sin él. Pero eso sería mañana, ahora era su momento, quería aprovechar de él todo lo que pudiera y por ello sus cuerpos se mantuvieron unidos toda la noche. Nada más importaba. Sólo el contacto de sus dos cuerpos, amarrados con fuerza...

Pero ya nada era igual... Ahora ella estaba sola. Su cama, muda de sentimientos, ajena a su soledad sólo aportaba un lugar dónde apoyar su cuerpo desganado. Dormir sobre piedra era lo mismo si él no estaba, y eso ella lo sabía. "Piensa en que algún día será para siempre..." ese pensamiento se repetía una y otra vez en su cabeza, pero no era suficiente... Quería su calor. Los 30 grados de temperatura exterior le eran indiferentes. No quería ese calor...
- Sólo me faltas tú...- murmuró entre las sábanas.
Pero sólo éstas la escucharon, pues nadie más había en la habitación.

Ahora, 48 horas después quiere retornar al pasado, volver al viejo colchón de litera dónde el calor, el ruido y los malos pensamientos eran algo vano, carente de sentido, pues tenía junto a ella a su razón de vivir, abrazados como metal fundido entre sí,  y en ese momento, nada más importaba.

Musas...

Música de piano de fondo, sentimientos a flor de piel, insomnio asegurado y nada más qué hacer.
Las musas acuden a mí, me muentran todo lo que me han negado estos días de atrás, y lo sueltan todo de golpe. Intento canalizarlo, pero no puedo. El resultado: unas cuantas palabras cargadas de algo indefinido, palabras que llevaban mucho tiempo queriendo salir, pero que por miedo a que me dejaran sumida en un negro pozo se han mantenido ocultas. Miedo a sentir cosas que son innecesarias algunas veces,pero imprescindibles otras tantas... Y de nuevo miedo a dormir sola, sin un cuerpo qué abrazar o una boca qué besar cuando la necesidad sea extrema...

martes, 2 de agosto de 2011

Luz

"La noche había sido demasiado agotadora… Muchas despedidas indeseadas se sucedieron sin aviso, muchos asuntos quedaron sin resolver en manos ajenas, y para colmo había tenido que partir rápidamente hacia desconocidas tierras, dejando atrás  lo que ya se había convertido en mi verdadero hogar.
El viaje en caballo tampoco había sido del todo placentero ya que la silla de montar había decidido acabar conmigo antes de llegar al puerto. Pasamos  un día en el carro y cuando cayó el sol nos dispusimos a partir de nuevo.
Llegamos a puerto relativamente pronto. No tenía excesiva sed, pero sabía que iba a pasar 3 días en aquel enorme barco y debía estar fuerte, así que busqué algún joven grumete al que seducir para poder beber de él. Encontré a la víctima perfecta: un joven muchacho, algo ebrio y bastante tímido. No me costó saciarme gracias a él, y ni siquiera se dio cuenta.
Aún tenía casi toda la noche para mí sola… quería desconectar. Desde mi conversión no había podido disfrutar de una noche para mí, de una noche tranquila, sin sobresaltos ni quehaceres rodándome la cabeza. Claro que tenía en qué pensar, pero esa noche iba a ser para mí.
Lo busqué con la mirada… Lo había traído conmigo para no sentirme sola, pero también porque en unos pocos meses había despertado en mí un sentimiento de protección hacia él. Era demasiado alocado como para mantenerse fuera de peligro mucho tiempo, y yo sabía que podría aportarle la estabilidad que necesitaba.
Unos pocos besos en un puente, o en el lecho de mi cama habían servido para que me hiciera olvidar muchos errores del pasado, mucho dolor causado, y sobre todo, me había hecho olvidar que mi antiguo acompañante de viaje no estaba conmigo. Pero ahora, sentada en la cubierta mojada de aquel barco, él tampoco estaba…  ¿Dónde se había metido? Escuchaba a lo lejos la música de su violín, y a unos cuantos marineros borrachos cantar canciones inteligibles para un oído sobrio. Los prefería a ellos… Pensé que sería mejor buscar consuelo en las páginas de mi libro…
Miré las estrellas, y me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no las veía con tanta calma y claridad. Me paré a pensar, y la última vez que conté estrellas del cielo había sido cuando aún era una frágil humana, del lado de mi padre, cuando cumplí 21 años. Aquella noche fue mágica para mí, y ahora revivía aquel recuerdo como si hubiera pasado ayer. Busqué los grupos de estrellas que solía identificar con mi padre, pero muy pocos recordaba ya. Quise llorar… pero no pude.
Seguí leyendo, mientras la brisa del océano mecía mi larga melena ondulada, y las gotitas de agua me salpicaban la cara con astucia.  Largo rato pasó, hasta que noté que alguien se acercaba a mí. La música había cesado, así que debía ser él. Quería mostrarme enfadada, y darle a entender que me había molestado haberme dejado sola, pero pudo conmigo.
Cuando le dije que me había abandonado, una ola de tristeza lo inundó. No pude resistirlo. No podía verlo triste. Ver lo que había provocado con mi farsa me hacía sentir fatal. Incluso siendo un frío vampiro, noté el sentimiento de culpa recorrer mi cuerpo, desde los pies a la cabeza.
No aguanté más e hice aquello que debía haber hecho nada más verle. Me lancé a sus labios. Ya los había probado antes, pero me daba cuenta de que cada vez que lo volvía a hacer, sentía más cosas distintas.  Noté sus fríos y suaves labios entran en contacto con los míos, y desde luego no rechazó mi beso. Volví a abalanzarme sobre él, esta vez por deseo más que por culpa, y más sentimientos aparecieron. Hacía mucho que todo eso no salía a flote, y estaba empezando a emanar todo de golpe. Noté como su aura cambiaba, como su estado de ánimo pasaba de ser triste y culpable, a alegre y eufórico. Yo también sentía todo aquello, y mucho más.
Me tumbé sobre su pecho, observando el mar y las estrellas. ¿Qué más podía pedir en ese momento? Me encontraba sobre la persona que había despertado en mí el sentimiento vetado para los vampiros, frente a mí tenía todo un negro océano algo revuelto refrescando nuestros cuerpos, y sobre nosotros, un cielo cubierto de estrellas, sin una sola nube que tapara algún recoveco oculto. La luna alumbraba nuestros nosotros, dejándome ver el pelo enmarañado que caía por sus hombros. Quise abalanzarme de nuevo sobre él. Quise morder su apetitoso cuello y dejar que el bebiera del mío. Quise que nuestra sangre fluyera mezclada para así sentirlo más mío. Pero no era el momento… Aquello era mágico, como la última vez. Aunque las diferencias eran apreciables, ambas eran dignas de recordar. Sólo una cosa que deseé más que abalanzar sobre él… que Lucio no desapareciera como lo hizo mi padre. Que esto que estaba viviendo pudiera volver a repetirlo una y otra vez, hasta que ya no hubiera estrellas que contar en el firmamento…"


Para la estrella que más alumbra allá arriba.
Leyna.