Las dos gotas de agua salada suspendidas sobre la resvaladiza tez mortecina del silencio vaticinan la llegada de un torrente indeseado de absurdos reproches que sólo conducen a la desesperación. Una ténue luz emborrona el terror de la cara deformada por una mueca de incomprensión, y la mente, inconsciente de sus actos, vuela confusa hacia la tierra del arrepentimiento y el perdón para retomar la calma que precedió a la indeseada tormenta.
Ahora ésta, consciente de sus tropiezos pasados y de la incoherencia del momento, decide olvidar, quitar de su memoria lo doloroso e indeseado, dando por sentado que el recuerdo muere cuando uno desea matarlo.